Lo peor no es inevitable

Fuente: El País de España
Autor: Joaquin Estefanía
Fecha: 06/06/09

La crisis internacional penetró en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Ante el temor de que el capitalismo sin reglas que ha provocado la Gran Recesión siga generando daño, los ciudadanos han descubierto la prioridad de lo colectivo y la importancia de estar bien gobernados. Este artículo, publicado en Babelia, el suplemento cultural del diario El País de España, repasa algunas ideas aparecidas en libros (algunos de reciente publicación) que auguran que el Estado va a volver a tener un lugar en el mundo.
De estos trabajos se puede empezar a sacar conclusiones de la crisis en marcha que posee dos características principales: es la más destructiva desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado y es multidisciplinar en el sentido de que afecta desde lo macro económico hasta las condiciones de supervivencia y la vida cotidiana de los ciudadanos.
En esta reseña, recorreremos algunas de las recomendaciones que se plantean para enfrentar la crisis. La primera es el optimismo. En tiempos de incertidumbre ser optimista es una cuestión de moralidad pública dice el economista José Juan Ruiz . La economía se mueve por expectativas y el optimismo es una de ellas. La segunda premisa son los problemas de diagnóstico que hemos padecido respecto a la crisis: la ausencia de relato. Sólo sabemos algo sobre los orígenes de la crisis pero muy poco sobre su profundidad y duración. Decía Descartes que lo que se concibe claramente se enuncia claramente. La tercera premisa es que mucho antes que las burbujas tecnológicas, inmobiliarias, bursátiles, financieras, había una burbuja del conocimiento que duró al menos un cuarto de siglo, basada en una visión economicista del mundo, según la cual éste se autorregulaba sin intervención de los poderes públicos.
A la hora de analizar las características de esta crisis, algunos académicos introducen algunos elementos propios de las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado. Hablan directamente de la "economía del miedo". Las crisis multiplican el miedo: el miedo al otro, al diferente, al inmigrante que compite por nuestros escasos puestos de trabajo y por las prestaciones de nuestro estado de bienestar. El miedo como un ingrediente activo de la vida política de las democracias occidentales.
También en este contexto cobran más importancia que nunca las instituciones. De nuevo la historia nos muestra que cada vez que se genera una crisis tan extrema, los ciudadanos redescubren de forma aguda la necesidad de instituciones eficaces, la prioridad de lo colectivo, la importancia de estar bien gobernados, la significación de los servicios públicos y su buen funcionamiento, la centralidad de un Estado de bienestar lo más potente y eficaz que sea posible.
En definitiva el Estado vuelve a tener un lugar en el mundo para enfrentar los abusos del mercado y a los caníbales que lo han convertido en un casino. Entonces, dice el autor del artículo, una democracia saludable, lejos de estar amenazada por el Estado regulador, depende de él.

Clave del artículo: la magnitud y el daño que la crisis genera convence a los ciudadanos de la inexorabilidad de tener un Estado de bienestar potente y eficaz.

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